INSTITUTO DE INDOLOGÍA

BRIHATKATHÂ
La perdida gran historia

Susana Ávila

 

 

Hablar de Brihatkathâ resulta, cuanto menos, presuntuoso por ser una obra perdida hace siglos, sin embrago su influencia, a través de numerosas derivaciones, ha sido decisiva en la historia de la literatura india y, por ende, en la tradición de los relatos, fábulas y leyendas que se extendieron por toda Europa durante al Edad Media a través del mundo islámico.

La obra fue compuesta hacia el siglo III, época en la que vivió Gunâdhya a quien se le atribuye, personaje del que sólo se tienen noticias confusas y legendarias, pero que se le ubica en la corte del rey Shâtavâhana, en la región comprendida entre Ujjayanï y Kaushâbî.

Según un estudio de Félix Lacôte titulado Essai sur Gunâdhya et la Brihatkathâ, (París, 1908), la obra fue redactada en paishâchî, un dialecto indio medio, surgido del sánscrito, y que se conoció como “lenguaje de los demonios”. La misma leyenda que recrea la vida de Gunâdhya le presenta apostándose con el poeta Shâtavâhana, autor de la gramática Kâtantra, que era imposible enseñar el sánscrito al rey Shâtavâhana en sólo seis meses y que se requería para esa labor al menos seis años, y como precio de la apuesta juró no volver a emplear el sánscrito, ni su derivado el prácrito, si perdía. Gunâdhya perdió, efectivamente, la apuesta y se retiró de la corte instalándose en la región de los montes Vindhyâ donde un yaksha llamado Kânabhûti le dio a conocer los cuentos de la Brihatkathâ, que el poeta se dedicó a transcribir en el dialecto local, el paishâchî, recién aprendido. Luego pensó en ofrecérselos al rey, pero éste, que ya había aprendido sánscrito, los despreció al estar escritos en una lengua tan poco distinguida y el poeta decepcionado fue a recitárselos a los animales de la selva e iba quemando el manuscrito a medida que lo leía. El encanto de la narración perturbó la salud de los animales que extasiados con los versos dejaron de alimentarse y enflaquecieron hasta impedir que los cocineros del rey pudiesen prepararlos apetitosamente para el monarca. Conocida la causa de la pobreza de la caza, el rey admitió los versos de Gunâdhya, salvando una séptima parte de los setecientos mil versos de que constaba la obra completa, e hizo traducirlos al sánscrito.

La realidad es que, poco después de su redacción, en una modificación profunda de la estructura lingüística de la India, por la que se impuso la tradición sánscrita a los dialectos regionales que quedaron reducidos a un papel secundario, la Brihatkathâ, fue un objetivo importante de los trabajos de traductores y adaptadores.

No cabe duda que la Brihatkathâ fue célebre desde su creación, pues aunque el tema que desarrolla es profano, en un ambiente burgués, lejos de los tiempos heroicos, se consideró una obra “inspirada” y no falta otra leyenda que explica cómo Gunâdhya había recibido la revelación escuchando al dios Shiva que narraba las historias para deleite de su esposa Pârvatî. Pero su consagración definitiva en la tradición de la literatura clásica de la India la obtuvo gracias a su versión sánscrita.

La estructura de la historia se ajusta al género kathâ, del que Gunâdhya se puede considerar pionero. Lacôte, en Histoire romenesque d’Udayana (París, 1913) dice: «Era una kathâ, es decir, un relato puesto en boca de uno de los héroes que cuenta su propia historia, y las historias que le refirieron los otros personajes, los cuales a su vez contienen los relatos que ellos oyeron de diversas personas, y así sucesivamente».

Podemos reconstruir, en parte, su contenido basándonos en las obras que se derivaron de ella: La narración central es una historia de carácter amoroso en la que se insertan gran cantidad de tradiciones, episodios de carácter didáctico, fábulas moralizantes y una buena dosis de aventura en forma de ficción novelesca.

La línea argumental no es nueva, el protagonista pierde a su amada que es secuestrada por un enemigo y, presa de la desesperación, parte en su busca hasta finalmente encontrarla. Tras una encarnizada batalla con el secuestrador, regresa triunfante a casa con ella y el dominio de los reinos conquistados.

Pero si esta historia ya la habíamos encontrado en otras obras clásicas como en el Râmâyana, dentro de la épica regia, Gunâdhya la recrea en un ambiente de la clase media. El protagonista, Naravâhanadatta, es hijo del rey Udayana, pero lejos del romántico planteamiento de la obra, no es fiel a su amor, sino que atendiendo a su carácter algo ligero, recorre diversas amantes hasta encontrar a su esposa; y ella, Madanamañchukâ, tampoco responde al arquetipo de heroína tradicional, sino que se trata de una cortesana que odiaba su condición y esperaba mediante su unión con Naravâhanadatta convertirse en buena madre de familia y soñaba por lo tanto con un matrimonio legítimo.

El villano de la trarna es el vidyâdhara Mânasavega. Los Vidyâdharas, genios aéreos que poseen el saber (vidyâ) y que simbolizan la superación de la condición humana, aparecen en la obra de Gunâdhya como unos personajes brillantes, se trata de criaturas semidivinas, a veces benéficas que desempeñan el papel de paladines o caballeros andantes y otras veces crueles y vengativas, y que a partir de esta obra se mencionan en otras muchas de la literatura, especialmente en relatos jainas con cuya filosofía sintonizaban perfectamente.

La Brihatkathâ aún existía en el siglo VI de nuestra Era y era bastante popular, como se deduce de las citas de algunos escritores, como Dandín, Subandhu o Bâna, cuyas fechas conocemos de un modo bastante preciso.

La primera secuela que nos ha permitido hacernos una idea de la magnitud de esta obra es la Brihatkathâ-sloka-samgraha, traducción en verso de la Brihatkathâ, que ha llegado fragmentada hasta nosotros.

Pero se puede decir que su heredera más completa es la Brihatkathâmânjari, título que podríamos traducir como “Ramo de Flores del Gran Relato”. Su autor, Kshemendra, es un escritor fecundo y versátil, agudo y observador que hace gala de una gran experiencia de la vida. Vivió en el siglo XI d. JC. y nos ha legado una extensa obra que nos ha permitido dibujar un mapa bastante detallado de los ambientes y costumbres de su época, tanto en sus aspectos más religiosos como con el Dasâvatârakarika (las diez encarnaciones de Vishnu), como en los más profanos de los que buena muestra es el Kalâvilâsa (el juego de las malas artes). Pero concretamente la Brihatkathâmânjari, que ahora nos ocupa, proporciona una información fundamental sobre la perdida obra de Gunâdhya.

La Brihatkathâmânjari está dividida en dieciocho libros y comienza con una presentación de la figura de Gunâdhya, sigue la narración de la historia del rey Udayana, para centrarse después en el nacimiento y la historia del héroe principal, Naravâhanadatta, su matrimonio con la cortesana Manadamañchukâ y el rapto por el vidyâdhara Mânasavega. Gracias a esta obra podemos conocer con mayor detalle las andanzas del héroe que recorre su aventura acompañado de su fiel ministro Gomukha. Cómo, arrebatado en sueños, se casa con otra joven con la que pasa la vida en el monte Malaya, pero el pensamiento de la primera amada le atormenta; de pronto, la joven desaparece y un ermitaño le consuela narrándole un cuento, al que le suceden varias narraciones procedentes del vasto ciclo de leyendas sobre el emperador Vikramâditya, de manera que el príncipe se siente alentado, a perseverar en su amor. Estas historias exaltan el poder de la energía humana contra el destino, y llevan a Naravâhanadatta a reanudar su busca. De aventura en aventura conquista cinco esposas más, pero él quiere a su Madanamañchukâ. Finalmente, con ayuda de una mujer, consigue entrar en el retiro de ésta, con disfraz femenino; pero una vez descubierto, le prenden y ha de ser juzgado. Se salva huyendo y regresando a su patria, donde se prepara para declarar la guerra al vidyâdhara y con el favor de Shiva le vence.

Esta obra podría ser comparada, en cierto modo, con la narrativa europea que encontramos en el Trecento burgués, que siguió a la época juglaresca de los tiempos románticos.

Otra derivación de la Brihatkathâ es el Kathâsaritsâgara, el «océano de los ríos de los cuentos», título muy expresivo para este conjunto de más de trescientos cincuenta relatos, divididos en 18 libros de 124 capítulos y más de 21.000 versos, en definitiva una compilación casi tan extensa como el Râmâyana, que toma como marco la historia de Naravâhanadatta.

Su autor, Somadeva, vivió en la segunda mitad del siglo XI d. de C., casi contemporáneo de Kshemendra, y se revela como un buen narrador, con mucho ingenio, capaz de plantear los asuntos más sorprendentes y resolverlos con astucia y humor, en los que lucen sus depuradas cualidades de estilista.

La materia del Kathâsaritsâgara es muy variada; en él se encuentran narraciones de toda clase: desde relatos fantásticos, con la intervención de genios y demonios, de magos y brujas, armados con todo su aparato de hechizos y de metamorfosis; hasta extravagantes historias de pícaros, leyendas marinas, con acontecimientos maravillosos que ocurren en las inmensas profundidades del mar, viajes y aventuras por tierra y aire, adaptaciones de bellas leyendas, episodios de corte épico, apasionadas historias de amor, cuentos realistas, donde los elementos narrativos religiosos y profanos se entremezclan dibujando una riquísima muestra.

En muchos momentos incluye otras obras narrativas, así encontramos una recesión del Pañchatantra y una versión de lo que un siglo después sería el Vetâlapañchavimshatikâ o los veinticinco cuentos del vampiro. Estas historias aparecen, unas veces idénticas y otras con importantes variaciones, en otras obras literarias, de manera que su examen comparativo permite conocer su forma originaria y las sucesivas ampliaciones de estas narraciones.

En definitiva, la perdida obra de Gunâdhya vive y vivirá en el recuerdo gracias a aquellos que la tomaron de ejemplo y línea argumental de sus propios escritos mientras que, por otra parte, su inexistencia actual la hace entrar en el mundo mágico de los sueños y fantasías de un mundo pasado, evocador y romántico en el que la imaginación juega el papel principal y evade de la cruda realidad cotidiana.

 

 

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