INSTITUTO DE INDOLOGÍA

AKBAR, EL EMPERADOR TOLERANTE

Enrique Gallud Jardiel

 

 


         Mientras Felipe II de España e Isabel I de Inglaterra ejercían su gobierno absolutista en Europa, un monarca no menos poderoso reinaba sobre el inmenso territorio de la India. Akbar, que en árabe significa «el grande», reinó durante cincuenta años y en su tiempoel imperio mogol llegó a su máximo apogeo.

Los mogoles, originarios de Persia, habían conquistado el país a principios del siglo xvi y establecido un imperio de gigantescas dimensiones, que se caracterizó por sus grandes extremos de refinamiento y de violencia.

         Akbar, tercero de los emperadores mogoles de la India, había accedido al trono a la edad de trece años. El joven rey mando asesinar a su regente, para poder gobernar con independencia. Dividió el gobierno en cuatro departamentos: financiero, militar, interno y religioso, consiguiendo un control estratégico sobre los asuntos públicos, mediante la creación de un servicio estatal unificado de funcionarios. Emprendió también reformas económicas, construyó puertos y mejoró las carreteras y los sistemas de comunicación.

         Llegó con sus conquistas hasta la meseta del Deccan. Extendió los límites de su imperio con una continua actividad diplomática, llevando a cabo un programa de reforma administrativa sin precedentes. Consiguió el apoyo de las clases militares y de los terratenientes, atrajo a su corte a la nobleza persa, hindúes, asegurándose los servicios de los hombres más capaces de su tiempo.

         Hubo de sofocar bastantes revueltas, dado lo amplio de su territorio. El alto grado de centralización de su gobierno se deduce de la facilidad con la que se recaudaban los impuestos. Nueve partes de ellos se dedicaban a gastos militares. Se trataba de una cultura guerrera, en conflicto dentro de sus fronteras

Sin embargo, se recuerda a Akbar como un rey justo, pues no hizo distinciones entre sus súbditos. Permitió a los clanes Rajputs hindúes, vasallos de su imperio, mantener sus costumbres e incluso participar en las tareas de gobierno. En vez de malgastar sus esfuerzos en interminables guerras, estableció alianzas matrimoniales con princesas hindúes, para mantener buenas relaciones con sus reyes vasallos. Él mismo se desposó con una princesa hindú, lo que le aseguró la lealtad de muchos pequeños reinos de Rajasthan.

 

La convivencia religiosa

         La situación religiosa no era sencilla en la India. El hinduismo era la religión de la inmensa mayoría, pero desde hacía siglos una minoría musulmana y de origen extranjero ostentaba el poder. Únicamente el pacifismo tradicional de los hindúes evitó sangrientas revueltas. Además, se trataba de dos fes aparentemente irreconciliables, pues el panteísmo hindú era sacrílego para los islamistas.

         Akbar quiso ser justo con todos sus súbditos. Permitió de nuevo la construcción de templos hindúes, prohibida por sus antecesores. Suprimió los impuestos especiales a los hindúes. Esta medida, que implicaba la abolición de toda distinción civil entre musulmanes e infieles, le granjeó las simpatías del pueblo y el resentimiento de la minoría ortodoxa.

         Marchó él mismo en peregrinaje a un lugar santo hindú para pedir a los dioses que le dieran un hijo, lo que le valió el aprecio del pueblo. Pronto se corrió la voz de que el emperador, disfrazado, recorría las calles de su ciudad para enterarse de los problemas del pueblo y poner remedio, como se dice que hacía el famoso Harun-al-Rashid.

         Lo que sí es cierto es que convocó frecuentes reuniones de teólogos de distintas fes —hindúes, mazdeístas, cristianos, sufíes, jaínes y budistas, as´ñi como musulmanes suníes, chiítas e ismailíes— y que fomentó el diálogo interreligioso, algo inusitado para la época. No cedió a las presiones de los musulmanes más ortodoxos, aunque precisaba de las elites religiosas para gobernar. Se alejó de las prácticas islámicas convencionales y dejó de enviar peregrinajes oficiales a La Meca. Empezó a adorar al Sol en una serie de innovadores rituales y se abstuvo de la carne y el alcohol. Celebraba los festivales hindúes de Divali y Dashara. Consultaba a maestros espirituales de todo signo, de los que gustaba rodearse y llegó a diseñar una nueva religión.

Esta fe, denominada «Din-i-Ilahi» [Fe divina], fue una forma de sincretismo destinada a unificar a hindúes y musulmanes, tomando lo mejor de ambas religiones, y con influjo del sufismo. Esta forma religiosa desapareció con su muerte, aunque supuso un precedente muy positivo en la integración hindú-musulmana posterior.

 

La vida en una corte mogol

         Para reforzar su imagen de poder, el emperador decidió crear una nueva capital. En 1571 mandó iniciar la construcción de Fatehpur [La ciudad de la victoria], a un día de marcha de Agra, la antigua capital. Era un gran complejo de edificios de arenisca roja, con su mezquita, sus palacios y aposentos para su numerosa corte. En 1585 hubo de abandonarlo. Se ha dicho erróneamente que fue por falta de agua; en realidad, porque el Fuerte Rojo de Agra le proporcionaba un refugio más seguro ante los ataques de su hijo rebelde, Jahangir, que le disputaba el trono.

         La vida en la corte era principalmente diurna. Se iniciaba temprano y la mañana solía estar dedicada a audiencias públicas y privadas, para las que había salones diferentes. Las mujeres tenían sus propios aposentos y sólo podían presenciar las audiencias a los nobles tras celosías construidas a este efecto. Solía haber mucho intercambio de presentes entre los cortesanos y el emperador.

Los miembros de la familia real comían por separado, generalmente en sus aposentos. Las visitas reales al harén no tenían hora fija, a diferencia de los rezos, que detenían la actividad en el palacio. Tras la comida, efectuada al mediodía, era habitual la siesta, durante las horas de más calor. Un gran número de criados se ocupaba de las tareas de limpieza y había un grupo especial de sirvientes dedicados exclusivamente a tirar de las cuerdas que hacían moverse los grandes abanicos del techo, para hacer circular el aire.

         Eran cotidianos los bailes y muy frecuentes los certámenes poéticos. También los juegos de mesa (ajedrez, variedades del parchís) ocupaban muchas horas a los cortesanos, al igual que los juegos de naipes. Un espectáculo muy del agrado de Akbar eran los combates de elefantes. Los cortesanos gustaban mucho de pasear por los jardines y uno de los juegos más extendidos era el de hacer volar cometas.

El reinado de Akbar quedó recogido en una crónica laudatoria pero extremadamente detallada, el Akbar Nama, escrita en persa por el historiador Abu’l Fazl por encargo expreso del monarca, que era plenamente consciente de que se estaba haciendo historia. Akbar ordenó a su cronista: «Escribe la relación de estos gloriosos sucesos y nuestras crecientes victorias con la pluma de la sinceridad».Este libro, de alrededor de 4.000 páginas, es aún hoy el documento más importante para el análisis histórico y económico de la India del siglo xvi. Su tono laudatorio quedó compensado por la crónica de Badauri, un escritor más ortodoxo que criticó valientemente las políticas del emperador.

Otra fuente de gran valor para conocer este mundo son las miniaturas mogoles, de origen persa, un arte muy destacado y de estilo altamente realista, que, aparte de documentar en detalle la flora y la fauna del tiempo, nos ofrece todo tipo de escenas cortesanas con gran abundancia de detalles en cuanto a costumbres, atuendo, mobiliario, etc.

 

Contactos con España

Durante el siglo xvi la India no despierta interés de por sí en España, que tiene sus miras en la empresa americana, aunque queda constancia de embajadas de Felipe II en la corte mogol. Pero hay obras literarias que describen aquella realidad, como el Libro de las historias (1562), de Nicolás Espinosa o la Historia general de la India oriental (1603), de Antonio de San Román. También podría mencionarse la Relación de su viaje a las Indias, del P. Rodrigo Deza o Historia de las missiones, del P. Luis de Guzmán. Estos libros acercan el mundo mogol a España y hacen que la literatura barroca lo refleje, centrándose particularmente en la legendaria riqueza del lugar, el fasto y la pompa de la corte india.        Sobre el esplendor de este imperio dice un personaje de Lope de Vega:

«Las riquezas que le adornan

muchos palacios soberbios

nunca Darío, Alejandro,

Ciro ni Jerjes los vieron.

Oro, piedras, perlas, plata,

cubren paredes y techos

y el suelo que va pisando

         brocados persas y medos.»

 

         Incluso en el siglo xviii tenemos en España una tragedia en cinco actos, de autor anónimo, titulada Gianguir, que trata de las intrigas en la corte del emperador Jahangir, hijo de Akbar, en la que Akbar mismo es un personaje destacado. Las fuentes de la pieza son los libros de viajes Lettre sur l’étendue de l’Indoustan e Historia du la dernière révolution des États du Grand Mogol de François Bernier y Voyages en Turquie, en Perse et aux Indes de Jean-Baptiste Tavernier. Se mencionan en la obra las glorias de Akbar:

 

Cosrovio.-          Bien te acuerdas de Atebár [Akbar]

el grande, mi invicto abuelo,

aquel de cuya prudencia

y cuyos valientes hechos

tan permanentes la fama

vive en la gente y los tiempos,

que publican a una voz

sus dominios.

Muhamet.-                                         No tuvieron

ni jamás tuvo la India

Rey mejor ni más excelso.

Pin It