INSTITUTO DE INDOLOGÍA

 

 KHAJURÂHO, UNA PELÍCULA MEDIEVAL SOBRE LA INDIA CONTEMPORÁNEA

César Abraham Navarrete

 



   
La tarde se alarga en los senderos.
Sin sombra resguardados
            vemos los templos1.


El Hinduismo es un término arbitrario dentro del cual Occidente agolpó la filosofía, la doctrina y la práctica de este «gigantesco mosaico de innumerables minorías2», como lo calificó el periodista franco-húngaro Tibor Mende.

Para la cultura hindú (la palabra es de origen persa y se acuñó para aludir a los pobladores allende el río Indo), el amor es preferentemente una batalla sin armas en la que se involucran mordidas, arañazos, jalones de cabello...

Kāmavanda, Cupido indio, se presenta como un mancebo atractivo. Su arco es una caña de azúcar y la cuerda de su instrumento se confecciona por abejas. Las cinco flechas que porta en su aljaba se rematan con una flor diferente; monta un loro y se rodea de ninfas celestiales.   

Los visitantes se internan con expectación en el terreno, contrariamente al desinterés con que lo hizo el capitán e ingeniero del ejército británico T. S. Burt cuando redescubrió este conjunto arquitectónico en 1838 (debió recapacitar tan pronto abrió la vegetación tupida cual telón de boca).

El caprichoso dios alcanza con sus venablos a los viajeros. Un poema corto () versa: «Admiro el arte del arquero: / no toca el cuerpo y rompe corazones3». Yo me prendo del lugar inmediatamente (esto no es raro, el historiador grecorromano Claudio Eliano da noticia de que el rey persa Jerjes se enamoró de un plátano). Si bien estoy acostumbrado a las colosales «casas de los dioses» de las civilizaciones de México, Khajurāho y sus edificaciones cargadas de motivos me renuevan la mirada:

Las piedras son tiempo
            El viento
siglos de viento
        Los árboles son tiempo
Las gentes son piedra
            El viento
vuelve sobre sí mismo y se entierra
en el día en la piedra

No hay agua pero brillan los ojos4

Su emplazamiento en el estado de Madhya Pradesh, corazón del subcontinente indio, evitó la devastación absoluta a manos de los invasores mogoles. Aun así, de las ochenta y cinco construcciones originales (erigidas entre los años 950 y 1050), únicamente sobreviven veintidós, distribuidas en tres zonas: oeste, sur y este. En 1986 la UNESCO las declaró Patrimonio Cultural de la Humanidad.

En la sección oeste, el verdor de los jardines alfombra las bases elevadas sobre las que se levantan, orientados según los puntos cardinales, los tradicionales templos del norte de estilo nāgara.

Su disposición posee un trasfondo sexual. La cámara (garbha gṛha), en tanto elemento femenino, alberga las estatuas de los dioses. Asimismo, en su interior pueden encontrarse las representaciones del falo (liṅgaṃ), símbolo de Śiva, y la vulva (yoni). La torre cónica exterior (śikhara) se contrapone y complementa la dualidad.

El internacionalmente renombrado Rajeev Sethi —«artista que anhela ser arquitecto y arquitecto que aspira a ser artista»— debe su vocación a un texto en sánscrito de más de 1500 años de antigüedad: «Para ser arquitecto hay que ser bailarín; para ser bailarín, músico; y para ser músico, conocer la poesía5».

Esto lo aplicaron cabalmente los constructores de la capital de los Chandelā (proclamados descendientes de la legendaria dinastía lunar) al colmar las estructuras con tal artificio. Si alguna vez los conceptos aspiran a contener plásticamente a la realidad, éste es el caso (en nuestra lengua disponemos de un adjetivo para definir el arte intrincado: churrigueresco).

Los detalles geométricos se suceden como la reencarnación, denotando la fascinación de los indios por las matemáticas y su consecuente destreza con los números, los cuales se originaron en el Indostán (los conquistadores mahometanos asimilaron y perfeccionaron este sistema, difundiéndolo posteriormente por el Oriente Próximo y Europa).

Además de los vestigios, en la actualidad son exitosos innovadores y directivos en las corporaciones tecnológicas mundiales. Algunos teóricos atribuyen esto a factores culturales, particularmente mentales y espirituales: la configuración del sánscrito, la profundidad de las creencias...  
 
Bajo la sombra fresca de los árboles, el viandante se guarece del sol inclemente y atisba los edificios, personificando así al rey Duṣyanta, espía de su amada en un episodio del drama Śakuntalā de Kālidāsa (en el largo trayecto de Nueva Delhi a Jaipur conversé con el conductor sobre la tradición poética india). Pero al igual que el monarca, uno no puede ocultarse para siempre; ambos habremos de salir para ofrendar nuestra devoción a las deidades moradoras en la piedra:

Luz sobre los torsos de los dioses.
Se inclinan y ondulan bajo la tarde ebria.
Y una larga reflexión sobre esos cuerpos
entrevistos en el sueño
y su abrazo como un fuego inmaterial.

Vuelve el aire más delgadas sus vestiduras.
Apenas un olán resalta en el muslo.
Las formas se dibujan tras de las sedas.

«Los dioses se revelan tras de los cuerpos6», completo la estrofa de «Khajurao», poema de Elsa Cross.

Dedicado a Śiva, el imponente Templo de Kandāriyā Mahādeva se erige a casi 31 metros de altura. Los 872 diseños diferentes que lo ornamentan evidencian la espiritualidad y la vitalidad del pueblo que los concibió. Las efigies de Pārvatī, esposa del Destructor del Universo y madre de Gaṇeśa y Kārttikeya, adornan los palacios.

El recinto de Lakṣmaṇa, igualmente rico en decoración, se consagra a Viṣṇu. En la fachada se le aprecia junto a su consorte, Lakṣmī, diosa de la belleza.

Sabedor de que ni la vista ni la memoria serán suficientes para almacenar tanta magnificencia, apresto la cámara. Antes, me concedo un respiro para disfrutar de esta película medieval, precursora de Bollywood. La trama está ahí, engañosamente inerte. El movimiento comienza si se profundiza. Los cuadros cotidianos de la vida y la corte, las leyendas épicas y la cosmogonía deífica reviven al unir los fotogramas de granito.

La fama de Khajurāho —Kharjuravāhaka: «palmera de dátiles»— descansa en sus sensuales relieves, pero apenas el diez por ciento de la iconografía pertenece a esta inspiración. La industria turística simplifica para exacerbar el morbo: «Los templos del Kāma-sūtra».

A Vātsyāyana se le atribuyen Los aforismos sobre la sexualidad (Kāma-sūtra), tratado de 36 capítulos cuyo apartado más famoso se refiere a las 64 artes o posiciones de esta «unión divina».

Constato las posibilidades visuales. Se puede jugar con los planos, el foco, la luz… Sustitución del lente; colocación del gran angular. (Acercamiento). Los altorrelieves mujeriles parecen hablar dentro de la mente masculina:

Te acecho
al borde de tus pensamientos,
te sigo en tus actos,
invisible,
doy forma a tus deseos.

Soy la forma de tus deseos7.

Como Bilhana, autor de los Cincuenta poemas del amor furtivo (o del ladrón), «aún recuerdo la línea del vello desembocar en el ombligo8» de una estatuilla (a las jóvenes con este signo de belleza transitorio de la adolescencia a la madurez se les vincula con el tópico amoroso de la flor de loto).

Cuerpos gráciles, pechos voluptuosos «como cántaros rebosantes de néctar9» (aunque vi pocas nativas en el viaje, estas características corresponden más a las occidentales operadas). En sazón, las manos viriles intentan contener estos frutos tiernos y jugosos, pero se les desbordan: «no desnudos sino a través del velo / son deseables los senos10».

La coreógrafa contonea sus nalgas torneadas. El alacrán remonta el muslo izquierdo de una; detrás de otra el enano y musculoso cánido se afana. Ésta se baña, aquélla se maquilla.

Una ardilla interrumpe la meditación de un individuo de arenisca en posición de loto (padmāsana), interponiéndose de paso en el encuadre. (Alejamiento). Cambio de objetivo. Desenfoque, enfoque. El sacerdote goza de la hembra inclinada y el elefántido contiguo se solidariza con una sonrisa (en realidad está molesto por el acto: tira al suelo a su cornaca y alza la pata para aplastarlo; yo prefiero mi interpretación).

Otra escena por demás elocuente, aleccionadora: el amante, en plena penetración, carece de cabeza. Por doquier se conservan los contornos de personajes arrancados por el tiempo, la intolerancia religiosa...

Cerca del año 1335, el explorador marroquí Ibn Baṭūṭah ya daba fe de ello al describir «la mutilación de los ídolos por los musulmanes» (actualmente se apuestan guardias en el sitio para evitarlo; la animadversión aún palpita entre ambas religiones), así como la presencia de maestros de yoga, «ascetas de piel amarilla y rizos enmarañados tan largos como sus cuerpos».
 
Además de la zoofilia, se inmortalizan la masturbación «asistida» y la felación (el afortunado receptor de este regalo luce una barba crespa y parece tallado por un escultor mesopotámico).

Al coito ritual se le denomina maīthuna (existen, empero, escuelas que lo consideran un acto mental y energético, no necesariamente físico). Shaktī y Śiva, el Danzante Cósmico, constituyen la fuerza generadora11.

El espectador experimenta el acuciante deseo de intimidad de los cónyuges —me refiero a las esculturas—, escondiéndose en los nichos más apartados. Igualmente, comprende que los verdaderos protagonistas del rodaje son acaso los caminantes y no los cuerpos escultóricos:

Ojos por dondequiera,
lenguas por todas partes.
El que ve y el que dice,
lo visto y lo escuchado
            sólo uno12.

Resaltan las posiciones casi imposibles, las cuales se concretan con la ayuda de un asistente de cada lado. Los acróbatas hacen un guiño a los curiosos y el sonrojo de éstos los delata.

Se terminó el rollo filmográfico. Montar y desmontar. Rollo nuevo. La campaña bélica interminable se proyecta entre las molduras. Camellos, corceles y elefantes (esas bestias enormes que pisotearon la ambición de Alejandro el Magno) robustecen a los ejércitos. Los soldados «montan» —sodomizan— sus cabalgaduras.

Vyala, criatura mitológica, híbrida de león, elefante y caballo, resguarda el acceso a los santuarios si no trepa para posarse en las paredes.

Del grupo sur destacan los templos de Dulādeva y Chāturbhuja (no confundir con su homónimo en Orchha). En el complejo este se ubican tres hinduistas y tres jainistas (se advierte a los monjes vegetarianos de este credo, tapándose la boca con una malla para no atentar contra ningún ser vivo), una figura saliente turba mi percepción: vistazo de Quetzalcōātl labrado en la Pirámide de la Serpiente Emplumada13.

La fisonomía de los actores es demasiado familiar. Resulta inevitable no equipar los rasgos de la nariz y los labios a las estelas y frescos mayas. Después de todo, quizá haya algo verosímil en los relatos de los viejos que formulaban un origen en común hasta que la tierra se separó. Aún conservamos recuerdos mutuos.

En la parte lateral de la edificación más remota, un vigilante andrógino se ofrece a fotografiarme. Me pide imitar la pose de la flautista a mi espalda. El montaje es ridículo. Me desconciertan sus posturas de fotógrafo, tan o más flexibles que las de los contorsionistas amatorios. Al distraerme para buscar la propina ganada, no tanto por las imágenes como por la aparatosa ceremonia previa, lo identifico; mejor dicho, la reconozco en el muro.
 
Los turistas abandonan las plataformas; descienden por las escaleras para calzarse los zapatos, enfilándose a la salida. En el camino me cruzo con ellos. Los creyentes avanzan en dirección contraria, se dirigen a rendir culto al Templo de Mātaṅgasvara, también construido en honor a Śiva (en su interior hay un liṅgaṃ de 2,02 metros).

Un grupo de mujeres envueltas en el vistoso sāṛī (las prendas de la gente del sur son más coloridas) labran el suelo; los hombres, en cambio, se ocupan de la limpieza y la jardinería.

El efecto de las flechas de Kāma no se circunscribirá a los 21 kilómetros cuadrados de Khajurāho, las parejas, estimuladas por las sugerentes imágenes de esta muestra erótica al aire libre, ya anhelan regresar al hotel:

Mi día
        en tu noche
revienta
        Tu grito
salta en pedazos
            La noche
esparce
        tu cuerpo
resaca
        tus cuerpos
se anudan
Otra vez tu cuerpo.14

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1 Elsa Cross, Espirales (Poemas escogidos 1965-1999), UNAM, México, 2000, p. 261.
2 Tibor Mende, La India contemporánea, FCE, México, 1954, p. 189.
3 Octavio Paz, Obra poética II, FCE, México, 2004, p. 552.
4 Octavio Paz, Obra poética I, FCE, México, 1997, p. 367.
5 Silvia Lemus, Tratos y retratos: Rajeev Sethi, Televisión Metropolitana, México, 2003.
6 Elsa Cross, op. cit., p. 261.
7 Elsa Cross, op. cit., p. 183.
8 Bilhana, Los cincuenta poemas del amor furtivo (Traducción de Óscar Pujol), Madrid, Hiperión, 1995, p. 23.
9 Bilhana, op. cit., p. 67.
10 Octavio Paz, op. cit., 2004, p. 559.
11 Elsa Cross escribe en «El erotismo y lo sagrado en Octavio Paz» (Festines y ayunos. Ensayos en homenaje a Octavio Paz (1994-2014), Instituto Politécnico Nacional, México, 2014, pp. 18-19): «Hay un culto muy extendido hacia la Shakti, que es la energía divina. En la mitología hindú aparece como la consorte de Shiva, y desde un punto de vista filosófico es el aspecto dinámico e inmanente de la totalidad, que tiene en Shiva su aspecto estático y trascendente. Shiva y Shakti son dos funciones inseparables de la misma realidad única. Los poderes representados en ellos están dentro de cada ser humano, y es allí, en rigor, donde ocurre la unión».
12 Elsa Cross, op. cit., p. 200.
13 Quetzalcóatl, que significa «serpiente hermosa», es uno de los principales dioses mesoamericanos. La Pirámide de la Serpiente Emplumada se encuentra en la zona arqueológica de Teotihuacan.
14 Octavio Paz, op. cit., 1997, p. 404.

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